domingo, 9 de noviembre de 2014

Consejos de la abuela



¿Quién no las recuerda? Arrugaditas, sentadas en un sillón o en silla de enea, trajinando con sus labores de calceta, ganchillo o tejiendo jerseys, bufandas o cordones de colores para sus nietos.

Las abuelas, esas señoras que antaño vestían siempre de negro, pues sus difuntos maridos casi siempre las antecedían en la muerte, y tan fieles eran ellas que mantenían el luto hasta la propia.

Mujeres trabajadas por el tiempo con mucho sacrificio en sus encorvadas espaldas. Se afanaban en la casa, en el campo y cuidaban niños, ancianos y enfermos cuando les tocaba.

La mía era de pueblo, de esos de Castilla, la seca y árida, donde la tierra se resistía a dar sus frutos por falta de agua y había que arrancárselos a base de arado, guadaña, hoz y azadón. Esas eran las herramientas más usadas por todas las familias... No hacían falta rayos Uva para coger moreno, ni aparatos de gimnasio para mantenerse en forma. Aunque entonces la gente durara poco. Eran más sufridos pues trabajaban más y se quejaban menos, y eso les deshacía el hígado y los huesos.

Después llegó una guerra con sus violencias, injusticias, penurias y hambre. Más tarde la emigración a las ciudades, propició que
los pueblos se vaciasen de los pocos hombres jóvenes que quedaban. 
Y los abuelos languidecieron, viendo pasar las horas sentados al sol, delante de las puertas de sus pobres casas que fueron antaño hogares de reunión familiar en torno a la lumbre de las chimeneas; allá donde se contaban historias y antiguas batallitas.

Mis abuelos murieron, y con ellos se llevaron todas las historias, y las caricias, y los juegos que siendo niño conmigo compartieron,  tuve suerte de conocerlos con sus vicios y virtudes, como todo hijo de Adán y Eva. Pero ante todo fueron grandes personas nobles y buenas que dejaron su impenitente huella tras su firme paso.

También dejaron atrás un recuerdo grato, al igual que sus recetas culinarias, sus remedios caseros y sus refranes populares. Pero ante todo, la herencia de sus consejos para hacernos hombres y mujeres razonables, con valores éticos de conducta y educación que hoy en día más de uno quisiera ver en sus hijos.

Buenos educadores a pesar de no tener estudios. Quizá por ello tampoco tuvieron tanto prejuicio ni tanta tontuna como la que hay ahora.

Guardo recuerdo sobre todo de la madre de mi madre, la típica abuela con moño, saya negra y agujas en mano, unas manos suaves a pesar de la vejez, siempre ocupadas en tejer lo que fuera, mientras desgranaba anécdotas, una tras otra., siempre que hubiera alguien que la escuchara.

Y allá estaba yo para hacerlo, con mis orejas de soplillo y mis oídos atentos a todo lo contado por ella. ¡Y como la añoro! Inconsciente fui olvidando todos los buenos consejos que me dio, siempre con metáforas, como acertijos ocultos a los sabios que eran claros mensajes para los sencillos de corazón.

Después se marchó quedita y silenciosa a los 99 años, fue
longeva y serena hasta el fin.
Yo crecí, y a mi memoria empezaron a llegar como restos de naufragio, los retazos de todo aquello que ella fue tejiendo con paciencia en mi memoria, como la colcha colorida de retales que me hace recordarla.

Quise hacer una recopilación de todo aquello que me iba enseñando, como homenaje a su persona, de forma que nunca más volviese a olvidar lo aprendido. 

Queda esto que te cedo con gusto, para que lo hagas tuyo si quieres, si no, lo olvidas. Algo que yo nunca podré hacer, pues fue el legado que recibí de mis mayores: 

                               
                                  Los consejos de la abuela.


 Hay que danzar como lluvia fresca en los charcos.
 Hablar
como lo hace la brisa en las esquinas.
 Aprender el camino y caminar despacio,
que la vida con prisa finiquita enseguida.

Hay que intentar
acercarse al brocal de los libros a beber historias.
Escribir con tinta roja de sangre tus fatigas,
 orlar de verde esperanza. la alegría.
La ilusión puesta delante
y detrás tus agonías.

Debes observar la hoja, 
del árbol recién caída.
Las nubes contemplar como transitan.
Unas caen, otras se esfuman
Metáfora de brevedad, de efímero pasar
 como la vida.  

Tienes que saber escuchar 
 la voz del agua que susurra,
como lo hacen los niños con los cuentos.
y calmar tus impulsos repentinos
y trocar tus palabras por silencios. 

Se fuerte
 como el olmo que se dobla con el viento
pero al que no quiebra ni vendaval ni tormenta.
 Se puerta abierta,
 ventana con flores,
 casa con amigos que entran.

se fiel a ti mismo a pesar de todo,
adorna tu cara con una sonrisa.
No uses la mentira, la burla ni el bulo,
la soberbia sobra, igual que el insulto.


Se generoso amando, no pongas barreras.
calienta cual fuego,
cual faro, ilumina.
y ofrece tu mano si te necesitan.

Mantén tu corazón rebelde de joven
lucha y se tenaz,
con todo lo tuyo se un inconformista.
pero se paciente con lo de los demás.

Basa en la honradez tus actos y entregas.
Busca el ser feliz y hazlo en plenitud.
El mundo es de aquellos que saben reír,
viniste acá solo para serlo.

Piensa en tus hermanos, no los abandones,
se generoso sin reservas.
Que aunque el tiempo olvida,
el amor se queda donde tu estuviste.
Cuando tu te vas.

                                                                                   

    En recuerdo de mi abuela. siempre conmigo





3 comentarios:

  1. Precioso homenaje a las abuelas. Estoy segura de que la tuya, esté donde esté, se habrá emocionado.

    Gracias por regalarnos su sabiduría hecha poema. Haremos bien en leer con atención y aprender.

    Un saludo!!

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    Respuestas
    1. La familia es uno de los pilares fundamentales que sustenta al ser humano, si lo olvidáramos estaríamos perdidos. Por eso de vez en cuando hay que rendirles sentido homenaje .
      Gracias por dejar tu comentario.
      Un abrazo

      Eliminar
  2. Muy lindo texto y sentimiento.
    Un abrazo

    ResponderEliminar

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