domingo, 4 de septiembre de 2016

Me pareció ver un lindo gatito (3) y final.



Empiezo esta vez, y ya termino con los mininos, haciendo referencia a un personaje carismático llamado Juan XXIII. Papa de la iglesia católica que nos dejó una memorable frase:

“No compliques las cosas sencillas y simplifica las cosas complicadas”

Y es que hay personas y personajes que se empeñan en complicar la vida de los demás, y otros que se la complican ellos solitos sin ayuda de nadie. Triste forma de ser, que demuestra la infinitud de la estupidez humana.

¿Qué tienen que ver los gatos esta vez?

Pues casi nada, porque en vez de gato podría haber sido una hiena, un león, un borrico, una jirafa, o una gacela piamontesca si es que estas existiesen ¡ Que va a ser que no! Pero todos tienen en común el tener cuatro patas y un rabo para espantar a las moscas ¡No más!

Pero vino el listo de turno y dijo: ¿Cómo expresaremos la idea de aquel que se empeña en complicar las explicaciones, las teorías y las síntesis, con el afán de acabar llevando razón; y de paso acabar con la paciencia del sufrido interlocutor que le escucha pacientemente?

Pues digamos simplemente: 

“Buscarle cinco pies al gato”

¡Sí! cinco, y no tres, que es como estamos acostumbrados a escuchárselo a nuestras madres, tutores, profesores y sabios del lugar. 
Sumamos pies que no restamos; que los hay que, con tal de salirse con la suya y hacer que prevalezcan sus criterios añaden la cola como pata, al igual que el “espabilaó “que nombraba al pulpo como animal de compañía. ¡Claro! que iguanas, camaleones, cerdos vietnamitas y boas constrictoras ya lo son en muchos hogares. 

¿De qué nos extrañamos pues?

Lo de los tres pies fue gracias a Cervantes que con su consabido ingenio y sentido del humor la incluyó de esta manera en su magna obra, poniéndola en boca de Don Quijote para referirse a la búsqueda de pesadumbre y enojo por parte de algunos pendejos.

Por otro lado ¿Qué sentido tendría buscarle tres patas a un animal que tiene cuatro? Siempre encontraremos tres; pero entendiendo el significado que se nos quiere comunicar con la frase, es comprensible que haya individuos que por hacer prevalecer sus sofismas y entelequias quieran contar otros apéndices del animal como patas, sumando cinco en este caso, o seis, según nos pongamos de quisquillosos.Traigo aquí a colación a un famoso negro "whasero". Ya me entendéis mejor ¿A que sí?

Un tal Gonzalo Correas en sus refranes y frases proverbiales que publicó en 1627, lo dejo escrito de la manera correcta, antes que Cervantes la liase parda, popularizando la otra. Esto viene a demostrar por otro lado, lo mucho que se lee a Cervantes.

Termino con una pequeña curiosidad:

Los franceses buscan los cinco pies al carnero y no al gato.
Y los chinos lo que buscan es al gato al perro y a cualquier bicho que se menee sin tener en cuenta la cantidad de patas que posea. No le hacen ascos a nada.

Pero recordad esto cuando se os pasen malas ideas para con estos animalillos: Son más listos que el hambre, y cuando han sido escaldados en alguna ocasión; huyen del agua fría y del caldo caliente y saben defenderse como gatos que son, panza arriba.


Lo dicho: hay gente que lo complica todo. Et certains d'entre eux sont Français.

¡Hasta la próxima entrada fuera de contexto!



Derechos de autor: Francisco Moroz

viernes, 2 de septiembre de 2016

Nápoles para enamorarse





¡Ah! Los recuerdos me invaden ahora que presiento se terminan mis días, y puedo deciros que tengo muchos de ellos como para llenar libros enteros. Pero no os cansaré.

Solo dejaré constancia sobre uno que me ha acompañado siempre: El encuentro con la mujer a la que amé con más intensidad, La que me hizo volar alto y llegar a ser quien soy.
Fue en Nápoles, la bendita ciudad que la vio nacer y que yo visitaba por primera vez, fue el lugar donde nuestras almas gemelas se encontraron; cerca de El Duomo, una construcción que comparada con otras catedrales no era gran cosa. Casi escondida entre otros edificios, pasaba desapercibida al turista despistado. Pero ella estaba allí sacando fotos de la fachada. Me quedé contemplando su esbelta estampa, su grácil figura al contraluz de los últimos rayos dorados de la tarde. Tina Fosetti me pareció una diosa antigua.

Me dirigí a ella con ese atrevimiento que despliegan los hombres cuando desean algo con intensidad, y le pregunté que la había llevado hasta allí, y me habló de su gusto por el arte y  la cultura clásica, no en vano había estudiado arqueología y amaba esta tierra que era su casa. Me presenté, y una cosa llevó a la otra.

Comenzamos a pasear juntos por las calles desordenadas y concurridas del  barrio de Decumani. Degustamos unas sabrosas pizzas, acompañadas de un Fiano di Avellino en un restaurante de la zona más populosa y turística de la ciudad llamada Chiaia, al lado del puerto, flanqueadas sus calles por prestigiosas tiendas y una tenue iluminación que creaba el aura de misterio tan necesaria, en el arte de la seducción.

A la mañana siguiente me hizo de guía. Mostrándome el Castel dell´Ovo, desde donde se vislumbraba El Vesubio y la isla de Capri. El museo Capella de San Severo o el parque arqueológico de Pausilypon, donde ella gozó como una niña. Como colofón final me sorprendió con la visita a la Nápoles subterránea donde, junto a ruinas de un teatro romano o un acueducto, pudimos ver un refugio de la segunda guerra mundial. La historia junto a ella era apasionante.

Pero mi tragedia estaba servida desde el momento en que empezó a mencionar a un tal Paolo D´Amico, estudiante y compañero de su misma facultad y con el que convivía desde hacía dos años.
No presintió la desolación que se apoderaba de mí, el dolor desgarrador que ocasionaba en mi pecho cada palabra, cada sonrisa que se le pintaba en la cara cuando lo nombraba a él.

Llegado el momento de partir, quise apurar hasta el final la jornada, empaparme de su presencia, disfrutar de su esencia y su carisma; pues no podía pretender más. La despedida aquella última noche fue desgarradora, ella lloraba y me interrogaba con la mirada, yo callaba, mis ojos ardientes de lágrimas, me sentía morir, pues sabía que no volvería a verla viva nunca más.

Después, mi existencia dio un giro radical, me dediqué a negocios no muy limpios pero lucrativos relacionados con el mundo del arte, Tina despertó mi interés por lo antiguo. América era el paraíso de lo ilegal, y yo había perdido los escrúpulos desde aquella despedida. Pero hasta que pude, visité su tierra, el lugar donde la dije ¡Adiós!

Recuerdo que…

…La abracé y la apreté fuerte antes de irme y la dejé allí tendida, en el lugar de nuestra última visita: El cementerio de la Fontanelle, donde su cadáver pasaría desapercibido, enterrado entre tantos huesos ornamentales.

Os confieso que en mi larga existencia, no he conocido todavía a ningún mafioso napolitano.



Derechos de autor: Francisco Moroz

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