miércoles, 13 de septiembre de 2017

Una bruja llamada...






Érase una vez una república pequeña, independiente, casera y de propiedad vertical, donde vivían una pareja de seres humanos que querían ser felices como pretenden serlo todos los personajes de todos los cuentos clásicos que se escribieron y se van contando por ahí.


Ellos tenían su territorio de ochenta metros cuadrados bien organizado, administrado y decorado con armonía. Propiamente no reinaban ellos, más bien lo hacía el acertado criterio de lo minimalista y el buen gusto.

Todos los días salían de casa a batirse el cobre contra duras jornadas laborales, como si se tratase de dragones disfrazados para no causar el pavor que da enfrentarse contra un trabajo mal remunerado y exigente. Pero era la única manera que tenían de ingresar peculio en las arcas, para poder hacer frente a los impuestos exigidos por la única gran señora que los gobernaba a todos con mano firme y recaudatoria: “Una grande y libre arpía” aunque los ministros voceros de turno dijeran por activa y pasiva que “Esa señora hacienda eran todos”.
¡En fin!

Ramiro y Juliana, que así se llamaban dos de los personajes principales de nuestro cuento, pertenecían a ese tipo de personas que tras el censo de acatamiento obligado, fueron clasificados como “de la tierra media”.

La jerarquía era clara: Primero la familia real, el alto clero, el ejército y la nobleza, la burguesía, los políticos evasores de impuestos. Unas auténticas bestias corruptas en su gran mayoría. Y por último, la clase media que reunía a los artesanos, obreros, curritos inclasificables entre los que destacaban los becarios. Y al final de la cadena de despropósitos, los parados de larga duración.

En este entorno subsistían estos dos, casi siempre remando contra corriente de modas y modismos habituales. Eran lo que se dice de lo más convencionales, sencillos y moderados; con su puntito de originalidad y a veces de extravagancia.

Al menos así eran hasta que todos los proyectos de su vida en común parecieron derrumbarse como los naipes de “Alicia en su país de las maravillas”. Toda la ilusión acumulada durante los años de espera en un futuro halagüeño junto con las ganas de realizarlos, se desvanecieron como el sueño que era, y todo era engullido por una densa niebla de pantano tenebroso, donde habitan esos seres indescriptibles, incomprensibles e incómodos para la mente humana llamados “Dudas” y “Miedos”

Y es que Juliana se quedó embarazada a causa de unos polvos mágicos en una noche de luna llena donde se oyeron aullidos ajenos a los lobos. El sobresalto y el terror a lo desconocido no fueron causados por la preñez de ella, sino por lo que se les venía encima: Esa responsabilidad de un tercero en discordia con el que compartir los bienes y los dones que poseían, entre los que se encontraba como el más preciado el tiempo disponible que antes era solo para ellos y sus ocios.

Pero cuando los ancianos sabios dicen que: “No hay que lamentarse de lo malo porque siempre puede ocurrir algo peor”, suelen tener razón como viejos que son, aunque los lugareños se empeñen en aislarlos en residencias asistidas para quitárselos de en medio alegando que nada más que dicen tonterías.

Y lo peor ocurrió cuando ese bebé que nacía presentó signos claros de no ser uno cualquiera, de esos catalogados por los cánones rigoristas como normales. De esos que cumplían todos los criterios establecidos por la sociedad médico-pediátrica de la región para serlo.

Para empezar, la comadrona que asistió a Juliana ya puso cara de circunstancias cuando cruzó su mirada con la parturienta, haciéndola sentir una incontenible desolación que le duró lo que tardaron en ponerle al niño en su regazo. Entonces lo que experimentó fue, esa profunda paz que proporciona el amor de verdad, el que sienten las madres cuando sostienen un pedazo de su propia vida entre sus brazos después de nueve meses de portarla dentro ¿Qué tenía aquel precioso niño que lo hiciese diferente? ¿Qué hizo que la partera la mirara con cara de pena?

La duda les fue despejada a los padres cuando el sanador del centro paso a ver a la pareja de padres, para explicarles el porqué su hijo iba a ser una persona especial desde el momento de su nacimiento.

La culpa, les comunicó, era de una bruja envidiosa de ver a las madres cuando jugaban con sus hijos. Envidiosa cuando oía a los padres contarles cuentos como este para que conciliaran el sueño. Envidiosa de la felicidad que desbordaban todos cuando estaban juntos; algo que no podía arrebatarles con pócimas ni elixires, pero si con algo llamado “Enfermedad rara” de esas que no se alivian porque sí. Para las que no hay remedios de la abuela ni curas milagrosas, ni casi paliativos para mitigar la desazón que ocasiona en los que las padecen y sufren.

La bruja en concreto, les dijo el sanador, se llama “Acondroplasía” y que en concreto está especializada en conferir a los afectados dimensiones mínimas, como por ejemplo a los enanitos de “Blancanieves”, con cabeza grande y extremidades cortas.

Lo único que esta bruja sarmentosa no puede menguar les confirmó, es el corazón de estas personitas que son capaces de sobreponerse a sus carencias con esa fuerza interior tan poderosa como la que poseen los caballeros “Jedais de la Guerra de las Galaxias”.

Estos padres no se quedaron muy conformes, pero aceptaron a su hijo como lo mejor que les pudo ocurrir, de tal forma que ese crecimiento descompensado y desacelerado de su cuerpo lo veían retribuído con su mirada luminosa y la gran sonrisa que adornaba su cara.

Mientras, fueron apoyados por otros miembros de afectados que pertenecían a una logia poco conocida, como la de los antiguos masones, pero en plan unificador y asertivo. Una fundación llamada “ALIBER” que es “como la casa madre, como una gran colmena donde un número importante de asociaciones se aúnan para intentar dar a conocer las enfermedades raras”.

Víctor, que así llamaron al protagonista de este cuento, era un niño que se integró bien en la escuela, después de sobreponerse a las burlas y las risas de los cuatro ignorantones analfabetos que hay en toda comarca que se precie. Los llamados “Tontos de pueblo”. Hasta en la comarca de los “Hobitts”, que son seres de baja estatura, abundan los imbéciles, que se han convertido en patrimonio de la humanidad aunque no estén en peligro de extinción.
En la universidad pulió las preciadas dotes con las que fue regalado por sus hadas madrinas a las que se conocía con el nombre de musas, creciendo en sabiduría y don de gentes.

El caso es que Víctor cautivaba a aquellos que se acercaban a él. Divertido y humilde como él solo, de tal manera que sabía reírse de sí mismo. 
En una ocasión en que alguien le preguntó sobre su enfermedad, le contestó sin ambages: Simplemente soy el resultado de un gen mutante al que todos conocen como FGFR3, que mejora al de los robots “R2-D2 y el C-3PO” que tienen menos letras al igual que gracejo.

Participaba en todas las actividades propuestas, incluso ayudaba a los compañeros sacándolos de más de un apuro. Era en esas ocasiones que aprovechaba para decirles: Hay que creer en los enanitos, nunca se sabe cuando te sacarán del atolladero. Acordaos del famoso “Rumpelstilskin” que estaba al quite de ciertas demandas.

Se hizo popular en poco tiempo, pero tampoco quería ser el líder ni el centro de atención, era muy suyo y le gustaba que le dejaran su espacio personal para poder inventar esos cuentos que escribía y presentaba en alguna revista local para que se los publicaran con el seudónimo de “Tyrion Lannister”.

Que creció, es un decir para los muy optimistas, pero jamás perdió esa sonrisa que le caracterizó junto al brillo de sus ojos cuando se enfrentaba a los grandes retos que se le planteaban en un mundo que para él siempre fue de gigantes. Un loco bajito que se enfrento a molinos como su admirado Don Quijote.

Su lema siempre fue: 
“Mucha gente pequeña, en muchos lugares pequeños, harán cosas pequeñas que cambiarán el mundo”

Y Víctor, que para los que no lo sepan significa victorioso, triunfó como autor y escritor de cuentos infantiles. Con ellos animaba a los más pequeños de los pequeños, a ser los más grandes entre los grandes, para que fueran luchadores incansables contra esa bruja llamada “Acondroplasia”; que no tuvo la satisfacción de ver derrotadas ni infelices a esas familias que tenían entre sus miembros a seres tan especiales como Víctor, que con “El poder de las letras”, supo vencer a esos monstruos que por desconocimiento parecían imbatibles.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.

– Ahora a dormir.
–Papá.
– Dime pequeño.
–Este cuento te lo has inventado ¿Verdad?
– No hijo, este lo escribió ese tal Víctor y aparece en este libro de historias sobre enfermedades raras que ya leerás tú solo. Cuando crezcas.
--¿Pero yo creceré?
-- Todos lo hacemos, solo depende de las ganas que tengamos de hacerlo.

                                                                                    ·····························


Si la vida nos ha enseñado algo es que todos somos iguales, aunque con características diferentes”.



Derechos de autor: Francisco Moroz


Un relato que se ha escrito en apoyo de la asociación ALIBER.
Dedicado a todos los niños con enfermedades raras.



viernes, 8 de septiembre de 2017

Normas de convivencia




La casa ha comenzado a llenarse de hormigas desde que el inquilino desapareció.

Me alertó el que dejará de ingresar el alquiler en mi cuenta corriente.
Ha dejado atrás perchas con ropa usada, productos de limpieza e higiene personal, un par de zapatillas bajo la cama y una maleta vacía.

Le prohibí hacer reformas y aún así, veo restos de argamasa y ladrillo en una de las habitaciones. Justo donde va a parar, la interminable hilera de himenópteros que campan por sus respetos saliendo por el balcón con lo que parecen ser ¿Trocitos de carne?

¡Me va a oír este individuo cuando me lo eche a la cara!


Derechos de autor: Francisco Moroz

lunes, 4 de septiembre de 2017

Veladas excitantes






En un principio no quería y se resistía, pero terminaba por ceder a la tentación como Eva. Se dejaba arrastrar por sus dos demonios preferidos. 
Se dejaba llevar por la pasión más desenfrenada que jamás hubiera podido concebir. Se prometía una y otra vez que esa sería la última, pero volvía a reincidir a pesar de los avisos que le enviaban su cuerpo y su mente. Por las noches necesitaba descansar, pero se empeñaba en alargar esas estimulantes y apasionadas veladas 

En el comienzo todo era negación por un lado, por el otro, reafirmación de sus convicciones más arraigadas basadas en el conocimiento de sus debilidades y limitaciones.
Al inicio se opuso con obstinación a ser seducida por ellos y luchó contra sus apetencias básicas, sus ganas, su deseo, el placer que presentía iba a recibir, y su hedonismo desaforado.

Pero sucumbía a su naturaleza de mujer sensible y emocional, al instinto más primitivo, salvaje y básico de su ser. Se dejó arrastrar por el primero, como por la marea. Impulsada por su fuerza, su color moreno, sus dulces maneras y las excitantes expectativas de saber a ciencia cierta, que le dejaría un buen sabor de boca después de disfrutarlo con calma. Y por añadidura sabía presentarse deseable y caliente.
El otro la entretenía con su culto bagaje. Tenía un cuerpo contundente y era capaz de calmar sus ansias. En cuanto la abrazaba se sentía en paz, sosegada. Recuperaba la calma al instante. Además sabía contarle unas historias que eran capaces de transportarla a otro plano existencial.
¡Tal era su virtud! que conseguía que ella se desnudase, entregándose entera, dejándose poseer por él sin limitación alguna.

A ella siempre le gustó lo de hacer tríos aunque lo negara por temor al escándalo y al qué dirían los que se enterasen de sus encuentros nocturnos.
Pero sobre todo, ocultaba con celo la certeza de querer ser siempre la protagonista de esas relaciones tan contundentes, placenteras y continuadas. Le gustaba ser la que recibiera todo el placer de esos intercambios tan esperados como deseados.

Todo lo que empezó como un entretenimiento se había convertido en una necesidad física y emocional en la que cada vez se implicaba y daba más de sí misma, hasta el punto de sentirse muchas veces abducida, perdiendo el control del tiempo que pasaba con sus amores. 
Se sentía el personaje principal, siempre en medio de los dos: Del café que la excitaba y de un buen libro que se le entregaba entero para su deleite exclusivo y personal.


Sabía que lo pagaría más tarde con desvelos, cansancio y nerviosismo; pero era inevitable. Era tan voluble a esas intensas aventuras nocturnas que no estaba dispuesta a renunciar fácilmente a ellas.



Derechos de autor: Francisco Moroz


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