martes, 23 de enero de 2018

El legado





Mi abuelo luchó en la guerra, en el bando de los perdedores. Una esquirla de metralla le arrebató uno de sus ojos.
Cuando me contaba historias yo insistía en que me narrara las aventuras que vivió durante la misma, pero al contrario que otros, mi abuelo nunca me hablaba sobre ello.

Una tristeza peculiar parecía embargarle de vez en cuando, sorprendiéndole pensativo, como si se hallara fuera de este mundo. Si osaba interrumpir sus pensamientos para preguntarle qué le pasaba, él me respondía con un suspiro y una frase: “Extraño una parte de mi".

Mi abuelo fue agricultor, de los que salían al campo antes de que el sol se levantara por el horizonte, de los que tenían las manos como el cuero, agrietadas por el frío, endurecidas por la madera de la azada. 
Acostumbrado a pasar días enteros a la intemperie y en soledad, no era de los que se quejaran por cosas sin importancia. 
Hombre de pocas palabras, las justas para comunicar su escueta filosofía. Nada de banalidades decía, que te llenan la boca de mentira y el corazón de rencores. Ni religión, ni política solían ser temas de conversación pues según él, nunca conducían a nada bueno ni los partidismos ni los credos.

Manifestaba que el mundo era muy complicado como para enrevesarlo más con nuestros sofismas, -bonita palabra que resumía toda la sabiduría que guardaba- afirmaba que no había camino más corto que el que andábamos de manera voluntaria y en buena compañía, pues esa era la manera de llegar más lejos y más entretenido.

En pocas ocasiones le vi triste, solo alguna vez, cuando mi padre le regañaba por sus descuidos de viejo y sus olvidos inoportunos. Nunca contestó con mal talante, únicamente miraba a los ojos de su hijo y se retiraba a su cuarto arrastrando los pies, murmurando por lo bajito: “Llegará el día en que estés a mi lado y yo no pueda ni escucharte ni consolarte".

Para mí, siempre fue un ser especial al que recurrir en los momentos en que nadie más parecía comprenderme. Tenía el don de tranquilizarme posando una de sus grandes manos en mi hombro o dejándome llorar recostado sobre su pecho, donde oía su calmado corazón de anciano, que no tenía premura por llegar a ningún lado.

Sus movimientos eran pausados. Me explicaba que cuanto más se precipitará uno en tomar decisiones y en ejecutarlas, más posibilidades de errar tenía. Que viviendo la vida con prisas, los momentos importantes pasaban por nosotros en un vuelo, privándonos de la ocasión de saborear la felicidad en los buenos y de aprender lo necesario para fortalecernos en los menos afortunados y dolorosos.

Era entonces cuando soltaba de sopetón, con un guiño de su único ojo y una risita burlona su chascarrillo preferido: 

“Ahora, que es cuando tendría que correr apresurado para llegar a tiempo al baño, es cuando no llego nunca para vergüenza mía”.

Le gustaba abrazar como yo abrazaba a mis peluches preferidos, con fuerza y a la vez con ternura. Entre sus brazos sentía el calor del amor verdadero, era mi refugio, en donde me encontraba a salvo de mis monstruos interiores.

Mi abuelo se marchó a la otra orilla una noche de noviembre, sin avisar, silencioso como siempre fue. Mi madre comentó que nunca les dio mucho que hacer para lo mucho que les había ayudado. 
Mi padre lloraba desconsolado, transformado en el niño que en el fondo era, mientras besaba su frente fría, arrepintiéndose de los desplantes y las reprimendas que otorgó a su viejo. Y yo, convertido en adolescente, insistí en estrecharlo entre mis brazos aunque ya no sintiera el calor de su abrazo.

Era consciente que me había quedado huérfano de su presencia esencial, esa que le mostraba a él como referente, ejemplo al que imitar, con su personal bagaje de valores fundamentales, que me ayudaron a fraguar mi personalidad para crecer como hombre honesto.

Me dejó como legado sus sabias palabras, sus acertados consejos y una nota escrita por su mano con letra temblorosa metida entre las páginas de un libro que me leyó todas las veces en las que se lo pedí; ese de Exupery, y justo donde el zorro dialoga con el principito indicándole aquello de que la belleza y lo verdaderamente importante están en el interior de cada persona.

Y la nota rezaba:

“Querido nieto, me voy tranquilo, sabiéndome valorado. Sé que me escuchaste, y que por ello habrás aprendido parte de lo que quise trasmitirte. Quiero dejarte algo que me perteneció desde después de la guerra, algo que me recordaba diariamente que las personas, las circunstancias y las cosas, son tan buenas o malas como la mirada del que las observa, que todo es relativo y nada para siempre. Cultiva aquello que dé buenos frutos y no los malos hábitos que terminan ahogando los sueños y matando las ilusiones. 
Y ante todo recuerda, que nunca debes esperar a las despedidas para demostrar el amor que sientes por aquellos que te importan.

Tu abuelo, que te quiso con casi todo su ser".

Y envuelto en un pequeño trozo de papel de periódico, su ojo de cristal metido en un tarro de canicas. Esas que fueron parte de nuestro tesoro.

Derechos de autor: Francisco Moroz

jueves, 18 de enero de 2018

Un tipo sensible







Pestañeó dos veces para decir que sí, luego me miró agradecida con lágrimas en los ojos.

Eran muchos los días compartidos repletos de intensas emociones. El caso es que me había encariñado de la muchacha y sospechaba que ella sentía igualmente un amor profundo por mí. 
Su sumisión hacia mi persona y sus gemidos nocturnos cuando me acercaba así lo demostraban.

Me dolía la separación, pero no tenía más remedio que abandonarla a su suerte.

Le quité la mordaza y la cuerda que la maniataba. La dejé marchar, después de todo ya tenía el dinero del rescate y no era cuestión de dejarme atrapar ni por los sentimentalismos ni por la policía.


Derechos de autor: Francisco Moroz

domingo, 14 de enero de 2018

Qué bello es vivir




Don Pablo Meneses a sus 57 años, era uno de esos que no escatimaba en gastos cuando se trataba de darse caprichos Que se le antojaba una bicicleta de montaña de carbono ionizado y componentes ligeros de fibra de vidrio ¡Se la compraba! ¡Total! ¿Que eran nueve mil euros de menos en su cuenta corriente?
Que le gustaba ese televisor HD Full extra plano con pantalla de plasma de última generación, en el momento que lo veía, lo adquiría ¿Para qué esperar al Black Friday ese, o a los días sin IVA?

El podía permitirse realizar esos desembolsos puntuales. Hacer realidad aquellos sueños que siempre tuvo mientras era tan solo un simple trabajador en activo.

Para su cumpleaños, por ejemplo, se regalaba viajes a lugares lejanos y exóticos donde pocos podían permitirse el lujo de ir ni con la imaginación. Siempre, en compañía de alguna mujer joven y despampanante, a la que agasajaba con joyas y lencería fina mientras brindaban con algún vino de los caros.

Cada domingo por ser fiesta, degustaba exquisiteces de gourmet en alguno de esos restaurantes de comida de diseño que aparecen en la guía Michelín, nunca con menos de tres tenedores. Para eso se habían inventado las Visa oro y platino.

La verdad es que la diosa fortuna le había sonreído desde que comenzó la crisis. Muy al contrario que a muchas familias que quedaron arruinadas por culpa del cierre de numerosas empresas que se fueron al garete, con los añadidos efectos colaterales en forma de despidos de multitud de trabajadores.

Época nefasta para la mayoría, se tuvo que rescatar a los bancos con dinero público procedente de impuestos y gravámenes al sufrido contribuyente. Todo por causa de algunos directivos sin escrúpulos, que ofrecían productos preferentes envenenados, a inocentes jubilados que invirtieron en ellos todos sus ahorros. De la misma manera negociaron con insolventes, créditos con desmedidos intereses y propiedades embargadas.

A él, como director de uno de esos bancos, le tocó marcharse por la puerta falsa de la entidad, contratiempo que le permitió redescubrirse, y comprobar que con el dinero que le ofrecieron como compensación por sus años de dedicación a la empresa y al cliente, y con lo que le quedaba de jubilación anticipada, tenía para vivir holgadamente el resto de su existencia.

¡En fin! Tras el escándalo todo seguía su curso, y él estaba encantado de haberse conocido. Se sentía un privilegiado y un hombre con suerte. Por ello hoy, se iba a pasar por la inmobiliaria para apalabrar la compra de una parcela de dos mil quinientos metros cuadrados con piscina, y una casa de tres plantas con vistas a la montaña en la localidad de Mira Sierra. No sin antes recoger en la joyería, el Rolex Cosmograph Daytona que estrenaría para la ocasión.

Arrancó el BMW deportivo y se marchó silbando como si nada, la melodía de " If I were rich" mientras pensaba a qué dedicar los fondos de inversión que había levantado con tanto denuedo, por si llegaban tiempos difíciles.



Derechos de autor: Francisco Moroz



LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...